Español

Una vez más, como escuchamos el domingo pasado, Jesús apareció a sus discípulos y les mostró las llagas de su pasión y muerte.  

¿Por qué les mostró Jesús sus heridas?  

Miren estas heridas…toquen las llagas…fíjense en lo que ustedes han hecho.

Con razón los discípulos estaban alegres por ver a Jesús vivo, y con razón estaban al mismo tiempo desconcertados y espantados.

¿Por qué les mostró Jesús sus heridas?  Una razón fue para convencerles que no era fantasma, pero otra razón fue que Jesús quería que los discípulos reconocieran y confrontaran lo que habían hecho: compartían la culpa de estas heridas.  Uno había traicionado a Jesús, uno había negado conocerlo, y todos lo habían abandonado.  Jesús estaba diciéndoles: ¡fíjense en lo que han hecho!

Con razón estaban alegres por ver a Jesús vivo, y a la vez desconcertados y espantados. 

¿Qué hacemos nosotros cuando alguien nos confronta con la herida que hemos infligido?  Decimos, “No quiero hablar de eso,” pensando que, por no hablar del asunto, todo se olvidará o se desaparecerá, y todo estará bien otra vez.  Decimos, “Tú exageras…no fue tan malo…el pasado es el pasado, déjalo en el pasado…no sucederá otra vez.”

Y no decimos esto para sanar al que hemos ofendido o dañado, y no decimos esto para realizar una reconciliación.  Decimos esto para minimizar nuestra culpa y guardar nuestro orgullo.

Jesús no permite esto.  Jesús no ignoró ni disculpó el daño que había sufrido, no dijo, “No vamos a hablar de esto” u “Olvídense de lo que pasó…déjenlo en el pasado.”  Al contrario, dijo: “Vean, miren, fíjense en las llagas…en lo que ustedes han hecho.  Reconozcan su culpa… para que podamos reconciliarnos.”

Jesús ya había perdonado a sus discípulos, pero el perdón es un camino de una sola vía, porque va de la persona ofendida o herida al que le ofendió.  La reconciliación es un camino de dos carriles; una reciprocidad es necesaria.  El culpable tiene que reconocer lo que hizo, aceptar la responsabilidad por el daño hecho o la herida infligida, pedir perdón, y cambiar. 

Resucitado, Jesús quería mostrarse a sus discípulos victorioso sobre el pecado y la muerte, pero no quería que ellos olvidaran la razón por la que tenía que morir y resucitar.   

English

Once more, just as we heard in last Sunday’s gospel, Jesus again appears to the disciples after his resurrection and shows them the wounds he endured in the course of his passion and death.  

Why did Jesus show the disciples his wounds?  One reason was to show them that he was not a ghost, but he also wanted his disciples to recognize and confront what they had done: they shared the guilt for having inflicted these wounds.  One of them had betrayed him, one of them had denied knowing him, and all of them had abandoned him.  Jesus was saying: look what you have done!

With good reason they were happy to see Jesus alive, and with good reason they were also startled and terrified. 

What do we do when confronted with the wounds we have inflicted on another?  We say, “I don’t want to talk about this,” thinking that if we don’t talk about it, it will go away, be forgotten, and everything will be fine again.  Or we say, “You exaggerate…it wasn’t that bad…it was in the past…leave it in the past…get over it…it won’t happen again.”  

We don’t say these things in order to heal the person we have offended or wounded, and we don’t say these things to bring about a reconciliation.  We say these things to minimize our guilt and protect our pride.

Jesus wouldn’t permit this tactic.  Jesus didn’t ignore or excuse the wounds he had suffered.  He did not say, “Let’s not talk about this” or “Forget the past…”  On the contrary, he said, “Look, see the wounds…look what you have done.  Recognize your guilt…so that we can be reconciled.”   

Jesus already had forgiven his disciples, but forgiveness is a one-way street that comes from the one offended.  A true reconciliation is a two-way street requiring reciprocity.  The guilty one must recognize what they have done, accept responsibility for the hurt inflicted, ask pardon, and change.

Once risen, Jesus wanted to show himself to his disciples as victorious over sin and death, but he also wanted them to remember the reason why that death and resurrection was necessary in the first place.