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SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (A)

Domingo después de Pentecostés

7 de junio de 2020

Aunque hay un solo día dedicado a la Santísima Trinidad, celebramos y afirmamos la Trinidad constantemente, desde persignarnos en el nombre de la Trinidad hasta nuestra profesión de fe.  En el Credo, proclamamos que las tres personas—Padre, Hijo, y Espíritu Santo—son iguales en dignidad.  Hablando del Espíritu, decimos que “con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.”  O, como vamos a escuchar en el prefacio de hoy: “Lo que creemos de tu gloria [Padre], eso mismo lo afirmamos de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción.”  

Si somos creados a la imagen de Dios, ¿qué es lo que la Santísima Trinidad nos enseña de lo que debemos ser y cómo debemos vivir?  La Trinidad es una comunidad, una familia de personas viviendo en unidad y amor, y así debemos vivir nosotros.

Vivir en unidad y amor como seres humanos es posible sólo si reconocemos que lo que afirmamos de Dios tenemos que afirmar de nosotros: que somos iguales en dignidad y valor como seres humanos.

A través de este país—inclusive en nuestra ciudad—hemos visto en estos días muchas marchas, demostraciones, y hasta alborotos como reacción a la muerte—el homicidio—de George Floyd, y la triste verdad que en nuestra sociedad no todos reciben el mismo respeto, y la vida de algunos no es del mismo valor como la vida de otros sólo basado en el color de su piel.  En una palabra, el racismo.

Quiero leer la declaración completa del arzobispo Gómez, presidente de la Conferencia de Obispos católicos de los EE.UU.:

El asesinato de George Floyd fue sin sentido y brutal, un pecado que clama al cielo por justicia. ¿Cómo es posible que en los Estados Unidos de América se le quite la vida a un hombre afroamericano mientras no se responda a las llamadas de ayuda y que su asesinato sea grabado mientras ocurre?
 
Estoy orando por George Floyd y por sus seres queridos, y en nombre de mis hermanos obispos, comparto la indignación de la comunidad afroamericana y de quienes están con ellos en Minneapolis…y en todo el país. La crueldad y la violencia que él sufrió no refleja a la mayoría de los buenos hombres y mujeres que forman parte de los cuerpos policiales, quienes desarrollan sus deberes con honor. Lo sabemos. Y confiamos en que las autoridades civiles van a investigar este asesinato con mucho cuidado y van a asegurarse de que quienes cometieron el delito sean responsables.
 
Todos debemos entender que las protestas que estamos viendo en nuestras ciudades reflejan una frustración y enojo justificados de millones de nuestros hermanos y hermanas, quienes aún hoy experimentan humillación y desigualdad sólo por su raza y por su color de piel. Esto no debe ocurrir en Estados Unidos. El racismo ha sido tolerado ya por mucho tiempo como parte de nuestra forma de vida.
 
Es cierto lo que dijo el Rev. Martin Luther King, Jr., que las protestas son el lenguaje de los que no son escuchados. Debemos estar escuchando con atención ahora mismo. En este momento, no debemos dejar de escuchar lo que las personas están diciendo a través de su dolor. Necesitamos, de una vez por todas, desenraizar la injusticia racial que todavía infecta a muchas áreas de la sociedad estadounidense.
 
Pero la violencia de las noches recientes es autodestructiva y contra-producente. Nada se gana con violencia y mucho se pierde. Mantengamos nuestros ojos puestos en el precio de la verdad y del cambio duradero. Las protestas legítimas no deben ser explotadas por personas con distintos valores y agendas. Quemar y saquear las comunidades, destrozar el sustento diario de nuestro prójimo no nos permite avanzar en la causa de la igualdad racial y de la dignidad humana.
 
No debemos dejar que se diga que George Floyd murió en vano. Debemos honrar el sacrificio de su vida con la eliminación del racismo y del odio de nuestros corazones y renovando nuestro compromiso de cumplir la promesa sagrada de nuestra nación, de ser una amada comunidad de vida, libertad e igualdad para todos.

El arzobispo Gómez lo dice en palabras muy claras y fuertes: matar a George Floyd—el racismo—es “un pecado que clama al cielo por justicia.”  

Hasta el Papa Francisco se ha fijado en nuestra situación, y nos dirigió estas palabras:

Queridos hermanos y hermanas en los Estados Unidos, he mirado con gran preocupación la agitación social perturbadora en su país en estos días pasados, después de la muerte trágica de George Floyd.  Mis amigos, no podemos tolerar o cerrar los ojos al racismo y exclusión en cualquier forma y al mismo tiempo reclamar defender la santidad de cada vida humana.  Al mismo tiempo, hay que reconocer [citando el arzobispo Gómez] “la violencia de las noches recientes es autodestructiva y contraproducente. Nada se gana con violencia y mucho se pierde.”

Muchas palabras fuertes y elocuentes.  No dejemos que se queden como puras palabras.  Somos creados a la imagen de la Santísima Trinidad.  No digamos, entonces, que creemos en la Trinidad a menos que y hasta que respetemos también la santidad y la dignidad de cada ser humano. 

English

SOLEMNITY OF THE MOST HOLY TRINITY (A)

Sunday after Pentecost

June 7, 2020

Although there is only one day in the Church’s calendar dedicated to the Most Holy Trinity, we constantly affirm and celebrate the Trinity in many ways, from signing ourselves in the name of the Trinity to professing our faith.  In the Creed we proclaim that three persons—Father, Son, and Spirit—are equal in dignity.  Speaking of the Spirit, we say, “with the Father and the Son is adored and glorified.”  In the preface we will hear in a few moments, we address God the Father, saying that, “what you have revealed to us of your glory we believe equally of your Son and of the Holy Spirit.”     

If we are created in the image and likeness of God, what does the Holy Trinity teach us about who we are and how we should live?  The Trinity is a community, a family of persons living in unity and love, and that is what and how we should be.

To live in unity and love as human beings is possible only if we recognize that what we affirm of God we must also affirm of ourselves: that we are equal in dignity and value as human beings.

Across this country—including in our own city—we have seen in these past days many marches, protests, and even riots as a reaction to the death—the homicide—of George Floyd, and the sad truth that in our society not everyone receives the same respect and the lives of some do not have the same value as the lives of others only because of the color of their skin.  In a word, racism.

I want to read a statement by Archbishop José Gómez, archbishop of Los Angeles but also the president of the United States Conference of Catholic Bishops:

The killing of George Floyd was senseless and brutal, a sin that cries out to heaven for justice. How is it possible that in America, a black man’s life can be taken from him while calls for help are not answered, and his killing is recorded as it happens?

I am praying for George Floyd and his loved ones, and on behalf of my brother bishops, I share the outrage of the black community and those who stand with them in Minneapolis, Los Angeles, and across the country. The cruelty and violence he suffered does not reflect on the majority of good men and women in law enforcement, who carry out their duties with honor. We know that. And we trust that civil authorities will investigate his killing carefully and make sure those responsible are held accountable.

We should all understand that the protests we are seeing in our cities reflect the justified frustration and anger of millions of our brothers and sisters who even today experience humiliation, indignity, and unequal opportunity only because of their race or the color of their skin. It should not be this way in America. Racism has been tolerated for far too long in our way of life.

It is true what Rev. Martin Luther King, Jr. said, that riots are the language of the unheard. We should be doing a lot of listening right now. This time, we should not fail to hear what people are saying through their pain. We need to finally root out the racial injustice that still infects too many areas of American society.

But the violence of recent nights is self-destructive and self-defeating. Nothing is gained by violence and so much is lost. Let us keep our eyes on the prize of true and lasting change.  Legitimate protests should not be exploited by persons who have different values and agendas. Burning and looting communities, ruining the livelihoods of our neighbors, does not advance the cause of racial equality and human dignity. 

We should not let it be said that George Floyd died for no reason. We should honor the sacrifice of his life by removing racism and hate from our hearts and renewing our commitment to fulfill our nation’s sacred promise — to be a beloved community of life, liberty, and equality for all.

Archbishop Gómez says it in clear and strong words: the killing of George Floyd—racism —is “a sin that cries out to heaven for justice.”

Pope Francis has paid attention to our situation, and has addressed these words to us:  

Dear brothers and sisters in the United States, I have witnessed with great concern the disturbing social unrest in your nation in these past days, following the tragic death of Mr. George Floyd.  My friends, we cannot tolerate or turn a blind eye to racism and exclusion in any form and yet claim to defend the sacredness of every human life. At the same time, we have to recognize that [quoting Archbishop Gómez] “the violence of recent nights is self-destructive and self-defeating. Nothing is gained by violence and so much is lost.”

Many beautiful and eloquent words.  Let us not let them remain simply words.  We are created in the image and likeness of the Most Holy Trinity.  Let us, then, not claim to believe in the Trinity unless and until we respect the holiness and the sacredness of every human person.