Español
II DOMINGO DE PASCUA (A)
19 de abril de 2020
Con tanta riqueza de sabiduría e inspiración en las lecturas de hoy, ¿dónde empezar? Pues, empecemos con la primera lectura.
Lucas, el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles igual que del evangelio que lleva su nombre, pinta un dibujo bonito de la Iglesia primitiva, una Iglesia que pensamos que no podemos imitar. En otros lugares en los Hechos de los Apóstoles, como en las cartas de Pablo (que anteceden los evangelios y los Hechos), vemos que no, la antigua comunidad cristiana no fue perfecta. Sin embargo, estos versículos nos hablan de lo que se consideran los cuatro pilares por encima de los cuales se construye la Iglesia auténtica de Cristo, y para cristianos particulares, los cuatro ingredientes de una fe auténtica. ¿Cuáles son estos pilares, estos ingredientes? Las palabras en el griego del original son las raíces de las mismas en español: catequesis, liturgia, comunidad, servicio.
Nos parece que en estos días de auto confinamiento, no tenemos acceso a estos cuatro pilares y que nos faltan los cuatro ingredientes. Pero no, no es verdad. Es la verdad que no podemos reunirnos como la comunidad de la parroquia. Es la verdad que los lugares y maneras en que normalmente recibimos la catequesis—nuestra instrucción en la fe—han sido cancelados: Misas, clases, escuelas, círculos de oración, etc. Es la verdad que en estos días no podemos celebrar las liturgias oficiales y formales de la Iglesia. Y es la verdad que nuestras oportunidades para servir son muy limitadas. Sin embargo, igual que los antiguos cristianos vivieron su fe tanto en el Templo como en sus casas, también nosotros, que sabemos bien vivir la fe en el Templo—en la iglesia—tenemos que aprender a vivirla en casa también, y el hecho de que no podemos vivir la fe en el Templo no quiere decir que no podemos vivirla en casa.
Hay comunidad en casa—la iglesia doméstica. Si no tenemos los mismos libros en casa, en esta edad del internet, podemos encontrar muchos recursos para educarnos en la fe. Aunque no podemos celebrar la Misa en casa, sí podemos orar y ritualizar nuestra oración, sea compartir las escrituras, rezar el rosario juntos, o por inventar nuestros propios ritos en casa. Y el hogar siempre ha sido el lugar donde aprendemos a servir y lo practicamos con más frecuencia. Todo, desde preparar la cena hasta lavar la ropa hasta limpiar la casa, es servicio. Y ¡quedarnos en casa es también un servicio a la comunidad más amplia, protegiéndola de la contaminación con el coronavirus!
Entonces, mientras que lamentamos nuestro confinamiento y sus limitaciones, que no se pierdan de vista los cuatro ingredientes de una vida cristiana auténtica, y que sepamos que están a nuestro alcance en casa igual que en la iglesia.
En la segunda lectura Pedro habla de las adversidades que tenemos que sufrir “un poco”—la adversidad que estamos aguantando hoy en día. Pedro dice que estas adversidades pueden purificar nuestra fe como el oro acrisola en el fuego, pero sabemos que el sufrimiento también puede dejarnos amargos y desanimados. La esperanza es la fuerza necesaria para aguantar el tiempo de adversidad. Por consiguiente, que no se pierda la esperanza.
Los discípulos en el evangelio se parecen a nosotros: encerrados en casa. Temían por sus vidas—como nosotros. Claro, no tememos la ejecución como ellos, pero sí tememos la muerte. ¿Por qué practicamos la distancia social y llevamos máscaras y nos quedamos en casa? Igual que tenemos miedo de chocarnos y dañarnos y por eso tomamos precauciones cuando estamos manejando, tememos contagiarnos con el coronavirus y sus consecuencias—hasta la muerte—y tomamos estas precauciones apropiadas. Este temor no nos aterroriza y no nos paraliza, pero es temor comoquiera. Tener miedo no es un sentimiento agradable, pero sí es una señan indicando que hay peligro, y debemos prestar atención a la señal y tomar precauciones. Por eso estamos trasmitiendo esta Misa a ustedes que están en casa.
E igual que hizo con los primeros discípulos, así para nosotros Cristo entra por las puertas cerradas y nos ofrece el don de la paz. Cristo está con nosotros detrás de puertas cerradas; Cristo está con nosotros en nuestros temores. Si no podemos visitar a Cristo aquí en la iglesia, Cristo visita a nosotros en nuestros hogares.
¿Lo vemos? Quizás no, pero como Jesús dijo a Tomás, “Dichosos los que creen sin haber visto.” Y como Pedro nos escribió: “A Cristo Jesús ustedes no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación, que es la meta de la fe.”
English
SECOND SUNDAY OF EASTER (A)
April 19, 2020
With a wealth of wisdom and inspiration in today’s readings, where should be begin? Let’s start with the first reading.
Luke, who is the author of the book of the Acts of the Apostles as well as the gospel that bears his name, paints a beautiful picture of the primitive Church, one which we might think impossible to imitate. In other places in the Acts of the Apostles, as well as in the letters of Paul (which pre-date the gospels and Acts), we see that, no, the early Christian community was not perfect. Still, these verses contain what are considered the four pillars on which the authentic Church of Christ is to be built, and for individual Christians, the four ingredients of an authentic faith. What are those four pillars, those for ingredients? The Greek words that Luke uses are the roots of our English terms: catechesis, liturgy, community, service.
It would seem that in these days of self-confinement, we lack access to all four pillars and that we are missing all four ingredients. But no, we are not. It is true that we cannot gather as a community of the parish. It is true that the places and ways we normally receive catechesis—our instruction in the faith—have been cancelled: Masses, classes, school, prayer meetings, etc. It is true that we are not currently able to celebrate the Church’s official and formal liturgies. And it is true that we are our options for service are limited. However, just as the early Christians practiced their faith both in the Temple and at home, so can we. That we cannot practice our faith in the Temple—in church—does not mean we cannot or should not do the same at home.
There is community at home—the domestic church. If not among the books we have at home, then in this technological age we can find on the internet many sources to educate our faith. We cannot celebrate Mass at home, but we can pray and ritualize our prayer as we gather to read scripture, to pray the rosary, or invent our own rituals. And home is always where we first learn to serve and where we practice it most frequently. Everything from fixing dinner to doing the laundry to cleaning the house is a form of service. And staying at home is a service to the larger community in preventing the spread of the coronavirus!
So, even as we lament our confinement and its limitations, let us not lose sight of the four ingredients of an authentic Christian life, and know that they are still available to us at home.
Peter speaks in the second reading of the hardship we may have to endure for a time—the hardship we are enduring even now! Peter says that hardship can be life the fire that purifies gold, but we know that hardship can also leave us angry and bitter. Hope is the basis for the strength we need to endure this time of trial. Let us, then, not lose hope.
The disciples of the gospel look a lot like us: at home behind closed doors. They feared for their lives. So do we. No, we don’t fear execution as they did, but we do fear death. Why else do we practice social distancing and wear masks and stay at home? Just as we are afraid injuring ourselves in a car crash, so we take precautions while driving, we fear the illness of the coronavirus and what could be its effects, so we take the appropriate precautions. This is not a terrifying or paralyzing fear, but it is fear nonetheless. Fear is not a pleasant emotion, but it is a signal warning of danger, and we need to pay attention to that warning and take precautions, and that’s why we are transmitting this Mass to you at home.
And just as he did for those first disciples, so Jesus does for us: he enters through closed doors and he offers us the gift of peace. Christ is with us behind our closed houses; Christ is with us in our fears. If we can’t come to Christ here in church, then Christ comes to us. Do we see him? Perhaps not, but as Jesus tells Thomas, “Blessed are those who have not seen and have believed.” And as Peter told us, “Although you have not seen him, you love him; and even though you do not see him now yet believe in him, you rejoice with an indescribable and glorious joy, as you attain the goal of your faith, your salvation.”