Español
San Pablo hace una pregunta sin contestación: “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?” [Romanos 8:31b].
¿Cómo habría contestado Abraham? Cuando Dios le dijo que abandonara su tierra nativa, a lo mejor pensaba que Dios no estaba a su favor. Cuando Dios le prometió ser el padre de descendientes innumerables, a lo mejor pensaba que Dios sí estaba a su favor. Pero cuando Dios le pidió sacrificar a su único hijo, Isaac, sin duda pensaba que Dios no estaba a su favor.
Y ¿nosotros? Atribuimos—culpamos—a Dios por accidentes y enfermedades, por la muerte de seres queridos, y por no darnos lo que le pedimos. Creemos que Dios nos hace daño, nos hace sufrir, que es la causa de nuestros problemas, no la solución, y que no está a nuestro favor.
Cada crisis de fe resulta de esta duda: ¿Está Dios a mi favor o no? Porque si Dios estuviera a mi favor, esto no me habría pasado. Los que abandonan la fe no dicen: “Dios es bueno, Dios me ama, Dios está a mi favor, pero no creo en Dios.” ¡No! Dicen que, con la pobreza, guerra, y sufrimiento en el mundo, si Dos estuviera a nuestro favor haría algo para arreglar todo esto.
Aunque digamos que Dios sí está a nuestro favor, no siempre consideramos la segunda parte: ¿Quién estará en contra? Si creemos que un espíritu malo puede poseernos o que hay problemas en la vida que no podemos aguantar, estamos diciendo que hay algo o alguien más poderoso que Dios y que puede vencer a Dios en nuestras vidas.
Un Dios que no está siempre a nuestro favor es un Dios que aguantamos y que tememos, pero no es un Dios que podemos amar. Y ¿de qué vale tener a Dios a nuestro favor si hay algo que lo puede vencer?
Dije al principio que Pablo no contestó su propia pregunta. Pues, en la lectura de hoy no hay contestación—al contrario, hay más preguntas—pero en los versículos más adelante que no leímos hoy, sí, hay contestación inequívoca.
Pablo reconoce que hay razones para dudar que Dios esté a nuestro favor, y por eso escribe: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Las pruebas o la angustia, la persecución o el hambre, la falta de ropa, los peligros, o la espada? … Pero no, en todo esto triunfamos gracias al que nos amó. Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes espirituales, ni el presente, ni el futuro, ni las fuerzas del universo, sean de los cielos, sean de los abismos, ni creatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios, que encontramos en Cristo Jesús, nuestro Señor” [Romanos 8:35–39].
¡Amén!
English
Saint Paul asks a question without an answer: “If God is for us, who can be against us?” [Romans 8:31b].
How would Abraham have answered that question? When God asked him to pack up and leave his homeland, he probably thought God wasn’t for him or on his side. When God promised Abraham that he would be the father of many nations, he probably thought then that God was indeed for him. But when God then asked Abraham to sacrifice his only son, Isaac, he undoubtedly thought God was against him.
What about us? How do we answer? We attribute to God—blame God—for accidents and injuries and illness, for the death of loved ones and for not answering our prayers. In other words, we think God is the cause of our problems, not the solution. God is not “for us.”
That is what lies at the core of every crisis of faith: Is God for me or not? Because if God were for me, this wouldn’t be happening. Those who abandon faith don’t say, “God is good, God loves me, and is on my side, but I don’t believe in God.” No! They abandon faith because they see suffering and poverty and violence in the world and think that if God were for us, God would do something to fix earth’s problems.
Even if with our words we say God is for us, we don’t always live with that confidence. If we think some evil spirit can possess us or take control of us or if we think there are problems in life we cannot bear, we are forgetting the second half of Paul’s question: Who can be against us?
A God who is not always for us, is a God we might put up with, even fear, but is not a God we can love. And of what good is it to have God on our side if someone or something on the other side is stronger still?
I said at the beginning that Paul didn’t answer his own question. No, we don’t read his answer in today’s passage—on the contrary, he asks more questions—but in verses that follow that we didn’t read today, Paul does answer the question unequivocally.
Paul recognizes that there are indeed reasons to doubt that God is on our side, but writes: “What will separate us from the love of Christ? Will anguish, or distress, or persecution, or famine, or nakedness, or peril, or the sword? No, in all these things we conquer overwhelmingly through him who loved us. For I am convinced that neither death, nor life, nor angels, nor principalities, nor present things, nor future things, nor powers, nor height, nor depth, nor any other creature will be able to separate us from the love of Go in Christ Jesus our Lord” [Romans 8:35–39].
Amen!