La semana pasada oímos, «Hay gente que ahora son últimos que serán los primeros, y en cambio los que ahora son los primeros serán los últimos.» Esta semana, «El que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado.» Recordamos la oración de María: «Dios sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes» [Lucas 2:52].
Desde el Éxodo—cuando Dios liberó a los hebreos de la esclavitud en Egipto—hasta la vida y el ministerio de Jesús, Dios levanta a los humildes, defienda a la viuda, protege al huérfano, rescata a los oprimidos, libera a los cautivos, y alza a los pobres.
En la parábola de hoy, Jesús no está hablando de cómo debemos comportarnos en la mesa sino de cómo debemos vivir nuestras vidas. Si nuestro orgullo o las circunstancias de la vida nos ha colocado en un puesto más alto en la vida, el remedio—la humildad—no es bajar a nosotros tanto como elevar a otros para que todos se gocen de la dignidad que Dios intenta para todos, y para que compartan de los frutos de la tierra y los dones de Dios.
En su conferencia en Puebla, México, en 1979, los obispos de América Latina articularon este principio bíblico como «la opción (o amor) preferencial por los pobres.» Aunque la expresión es de origen reciente, la verdad de ella no lo es. El Papa Juan Pablo II dijo que «es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia« [Sollicitudo rei sociales, par. 42]. ¿Qué es la opción preferencial por los pobres?
Primero, mientras que hay varias formas de ser pobre, el término se refiere a los que son económicamente pobres, los que viven con hambre, miseria, u opresión. Segundo, «preferencial» quiere decir preferir, no excluir. Quiere indicar qué—o quién—debe ser el recipiente de nuestro cuidado. ¿Ama una madre a su hijo enfermo más que al sano? No, pero un niño enfermo requiere más atención, y en este sentido, una preferencia sobre los otros hijos. La necesidad del niño tiene prioridad. Así la necesidad de los pobres debe ser la prioridad. Tercer, la palabra «opción» no quiere decir «opcional.» «Optar» es escoger, y para cristianos escoger a los pobres no es opcional. Se trata de un aspecto esencial de la misión de la iglesia en el mundo, un elemento constitutivo del evangelio. La cristiandad no está completa sin la opción por los pobres. Cuarto, la opción por los pobres es, dijo Juan Pablo II citando al Papa Pablo VI, la «obligación de la solidaridad» con los pobres, arrimándose a los pobres en sus esfuerzos por la justicia. Es ofrecer comida y ropa, es ayudar a los pobres a controlar sus propias vidas, y es cambiar las instituciones de la violencia y las estructuras de la injusticia que crearon la pobreza para que conformen a la voluntad de Dios.
No optamos por los pobres porque son mejores que otros, más santos o religiosos, o porque lo merecen más, pero porque Dios es Dios, para quien los últimos son los primeros, quien levanta a los humildes, quien libera a los cautivos, quien defiende a la viuda y al huérfano, quien hace caer la lluvia sobre los pecadores igual que los justos, y quien invita al banquete a los que no tienen con qué pagar. Que hagamos lo que Dios está haciendo.
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Last week it was, “Some are last who will be first, and some are first who will be last.” This week, “Those who exalt themselves will be humbled, but those who humble themselves will be exalted.” Or, as Mary proclaimed in her song of praise, “God casts down the mighty from their thrones, and has lifted up the lowly” [Luke 1:52].
Starting with the Exodus—God leading the Hebrews out of the slavery of Egypt—throughout the history of the people of Israel, and continuing in the teaching and life of Jesus, God moves people up: raises the lowly, defends the widow, protects the orphan, rescues the oppressed, sets captives free, lifts up the poor.
In the parable we heard today, Jesus isn’t talking about how to behave at table; he’s talking about how to live our lives: If pride is placing ourselves before others, its remedy—humility—is not putting ourselves down, it is raising others up. If life has placed some people further “down” than us, we are to ask them—help them—to move up to share in the dignity God intends for us all, to share in the fruits of the earth and the gifts of God.
The church has a term to describe this effort to raise people up. At their conference at Puebla, Mexico, in 1979, the bishops of Latin America articulated this biblical mandate as the “preferential option for the poor.” While the term itself is of relatively recent origin, the truth behind it is not. Pope John Paul II stated, “This is an option, or a special form of primacy in the exercise of Christian charity, to which the whole tradition of the Church bears witness” [On Social Concern, par. 42]. What is “the preferential option for the poor”?
First, while there are many ways to be poor, this term refers specifically to the economically poor, those who live in situations of hunger, misery, oppression. Second, “preferential” means a preference, but not exclusion. It simply points to what ought to be the first—not the only—objects of our concern. Does a parent love their sick child more than a healthy one? No, but a sick child requires more attention and, in that sense, gets preference over the other children. Their need comes first. So it is with the preference for the poor. Third, the term “option” should not be confused with the word “optional.” “To opt” is to choose, but for Christians the choice is anything but optional. We are dealing with an indefectible part of the Church’s understanding of its task in the world, a constitutive element of the gospel. Christianity is not complete without opting for the poor. Fourth, the option for the poor is what Pope John Paul II said, citing Pope Paul VI, the “duty of solidarity” with the poor, standing with the poor in their struggle for justice. It is offering food and clothing, it is helping the poor take control of their lives, but it is also bringing into conformity with the will of God the institutions of violence and the structures of injustice that created the poverty in the first place.
We opt for the poor not because they are better than others, more moral or religious, or more deserving, but because God is God, for whom the last are first, who raises the lowly, sets captives free, defends the widow and orphan, whose sun shines on the just and the unjust, whose rain falls on the ungrateful as well as the grateful, and who invites to the banquet those who are undeserving and cannot repay. Let us be about what God is doing.