Español
“No conviertan en mercado la casa de mi Padre” [Juan 2:16]. ¿Mercados son malos? No. En el mercado compramos nuestra comida. En otras clases de mercado compramos ropa, carros, y casas. Mercados no son malos; ¡son esenciales!
Precisamente porque en tantas áreas de nuestras vidas estamos comprando y vendiendo, es decir, haciendo negocios o trámites, la tentación es convertir nuestras relaciones los unos con los otros en negocios—yo te hago esto si tú me haces eso—y, últimamente, convertir nuestra fe en negocio, haciendo trámites con Dios, y así convirtiendo el templo en mercado.
Lo que Jesús quiere enseñarnos y recordarnos es que no podemos negociar con Dios porque no tenemos que negociar con Dios.
Pensamos que, si rezo, Dios me contesta. No. San Pablo dice que es el mismo Espíritu quien reza en nosotros y nuestra primera palabra en la oración ya es respuesta a la iniciativa de Dios [Romanos 8:26-27].
Pensamos que, cuando peco, si me arrepiento y pido perdón, entonces Dios me perdonará. No. El libro de la Sabiduría dice Dios nos perdona primero precisamente para que podamos arrepentirnos [11:23].
Pensamos que en la oración estamos informando a Dios de lo que necesitamos esperando que nos responda. No. Cuando Jesús nos enseñó a orar, nos recordó que antes de que pidamos Dios ya sabe lo que necesitamos [Mateo 6:8]. Y no es que tenemos que torcerle el brazo o pagarle una mordida para que nos ayude porque, como Jesús también nos recordó, ni él tiene que recomendarnos a Dios porque Dios ya nos ama [Juan 16:26-27].
No hay nada que podemos hacer para que Dios nos ame más, y no hay nada que podemos hacer para que Dios nos ame menos. Entonces, no hay razón para negociar con Dios y no debemos por eso convertir el templo en mercado.
Dicho esto, mercados son necesarios, esenciales. El mercado tiene lo que necesitamos. Pues, muy bien, pero en este mercado todo es gratis, y frecuentamos el mercado, no para negociar con Dios, sino para recoger lo que necesitamos sin pagar.
English
“Stop making my Father’s house a marketplace” [John 2:16]. What’s wrong with marketplaces? Are they bad? No! We go to markets to buy our food, and in other kinds of markets we buy clothes, cars, and houses. Markets aren’t bad. On the contrary, they’re essential!
Precisely because in so many areas of life we are buying and selling, that is, doing business, the temptation is to convert our relationships in business transactions—I’ll do this for you if you do that for me—and, ultimately, convert even our faith into a matter of transacting with God, converting the temple into a marketplace.
What Jesus is trying to tell us is that we cannot “do business” because we don’t have to negotiate with God.
We think, for example, that if I pray, God will answer me. No. Saint Paul says that the very Spirit of God prays in us, so our first word in prayer is itself a response to God’s initiative [Romans 8:26-27].
We think that, when I sin, if I repent and ask for pardon, God will forgive me. No. The book of Wisdom says that God forgives us first so that we can repent [11:23].
We think that in prayer we are informing God of our needs, hoping for a response. No. When he taught us to pray, Jesus reminded us that God knows what we need before we ask [Matthew 6:8]. And it is not like we have to convince God to help us with a little arm twisting or bribing, because as Jesus also told us, he doesn’t have to ask on our behalf because God already loves us [John 16:26-27].
There is nothing we can do to get God to love us any more than God already loves us, and there is nothing we can do to make God love us any less than God loves us now. So, there is no need to negotiate or transact business with God, converting the temple into a marketplace.
That said, markets are necessary, indeed essential. Markets have what we need! Very well, but in this case everything in the market is free, so we frequent the market, not to do business with God, but to obtain what we need free of charge.