Español
Los que escucharon y vieron a Jesús quedaron asombrados porque enseñaba y obraba “como quien tiene autoridad y no como los escribas.”
¿Qué fue esa “autoridad” y qué es la diferencia entre la autoridad de los escribas y la de Jesús? La respuesta es importante, porque la autoridad de Jesús debe ser nuestra autoridad.
La autoridad nos dice lo que debemos hacer; nos manda: un jefe, un padre, una madre, el presidente, el papa…o nuestra consciencia.
No tenemos sólo el derecho de actuar según dicte nuestra conciencia, sino la obligación de actuar según nuestra conciencia [Catecismo de la Iglesia Católica, 1782].
Pero no confiamos en nuestra conciencia. Pensamos que actuar según nuestra conciencia quiere decir hacer lo que a uno le dé la gana.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “En lo más profundo de su conciencia el [ser humano] descubre una ley que él no se da a sí mismo… El [ser humano] tiene una ley inscrita por Dios en su corazón [1776]. Es decir, la conciencia no es dejarnos llevar por nuestros gustos o impulsos; es dejarnos llevar por la voz y voluntad de Dios.
Si la conciencia es la voz de Dios hablando en nuestro interior, con razón Jesús seguía su conciencia porque siempre escuchó la voz de Dios y contestó con fidelidad.
Si somos obligados a seguir nuestra conciencia, de igual manera somos obligados a formar la conciencia “conforme al bien verdadero querido por Dios… La educación de la conciencia es indispensable” [1783]. “En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. … Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia” [1785].
Nos parece mucho trabajo, ¿no? Claro que sí. “La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida” [1784]. Pero si nos dedicamos a formar bien nuestra conciencia, podemos confiar en nuestra conciencia, porque la conciencia “es la mensajera del que nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo” [1778]…el núcleo más secreto y el sagrario de [una persona], en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” [1776].
Entonces, ¿por qué fue su conciencia la autoridad para Jesús y porque seguía su conciencia? Porque “[la persona] prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le habla” [1777].
English
Those who heard and saw Jesus were astonished, “for he taught them as one having authority, and not like their scribes” [Mark 1:22].
What was that “authority” and how was it different from the authority of the scribes? The answer is important because the authority of Jesus ought to be our authority as well.
Authority is who or what tells us what to do: a boss, a father, a mother, the president, the pope…or our conscience.
We not only have the right to act according to our conscience; we are obliged to act according to our conscience [Catechism of the Catholic Church, 1782].
But we don’t trust our conscience. We think that to follow our conscience means we can do whatever we feel like doing.
The Catechism of the Catholic Church says: “Deep within his conscience [a person] discovers a law which he has not laid upon himself but which he must obey. Its voice ever calling him to love, to do what is right, and to avoid evil…a law inscribed by God [1776]. Following our conscience doesn’t mean following our impulses or desires, it means following the voice of God.
If our conscience is the voice of God, no wonder Jesus taught and acted with authority, for he was ever listening and answering the voice of God.
If we are obliged to follow our conscience, then we are equally obliged to form our conscience. “The education of our conscience is indis-pensable for human beings who are subjected to negative influences and tempted by sin to prefer their own judgment…” [1783]. “In the formation of conscience, the Word of God is the light for our path, we must assimilate it in faith and prayer and put it into practice. We must also examine our conscience before the Lord’s Cross. We are assisted by the gifts of the Holy Spirit, aided by the witness or advice of others, and guided by the authoritative teaching of the Church [1785].
If that sounds like a lot of work, it is. “The education of the conscience is a lifelong task” [1784], but if we dedicate ourselves well to the task, then we can trust our conscience, because one’s conscience is one’s “most secret core and sanctuary. There one is alone with God whose voice echoes in his depths.” “Conscience is a messenger of him, who, both in nature and in grace, speaks to us behind a veil, and teaches and rules us by his representatives. Conscience is the aboriginal Vicar of Christ” [1778].
Why was conscience Jesus’ authority and why did he follow his conscience? Because when we listen to our conscience, we hear God speaking [1777].