Español
XX DOMINGO ORDINARIO (A)
Vivimos en tiempo de pandemia. ¿Qué hay de nuevo en esto? Lo nuevo es que siempre hemos vivido en tiempo de pandemia.
“Pandemia” como usamos la palabra se refiere a una enfermedad que afecta a todos los habitantes de una región. “Pandemia” es una combinación de dos palabras griegas: “pan,” que quiere decir “todo”; y “demos,” que quiere decir “el pueblo.” Una pandemia afecta todo el pueblo.
Cuando digo que siempre hemos vivido en tiempo de pandemia, no estoy hablando del coronavirus, sino de dos otras pandemias, dos otras condiciones que afectan todo el pueblo.
Una de estas pandemias es el pecado. San Pablo, comparando los judíos y los cristianos, dice que somos iguales en que todos somos rebeldes, es decir, pecadores. Por eso, dice Pablo, nosotros los cristianos no debemos juzgar y condenar a los judíos, porque el pecado es una pandemia que ha infectado a todos.
Pero hay otra pandemia, otra condición que ha afectado a todos, y aunque cada lectura la describe en una manera distinta, están hablando de la misma realidad—la misma pandemia.
Para Isaías, esta pandemia es la invitación de Dios a su templo, es decir, a la vida y gracia de Dios. Isaías dice que los que no son judíos tienen la misma invitación como los judíos—el pueblo escogido—a participar de la vida de Dios. La Iglesia católica describe esta invitación como la “universal vocación a la santidad” [Lumen Gentium, 41]. Todos son llamados, sin excepción. La invitación de Dios es una pandemia.
Para Pablo, si el pecado es una pandemia—una condición que afecta a todos —hay otra pandemia: la misericordia de Dios. El Catecismo de la Iglesia católica lo expresa así: “No hay ni hubo ni habrá persona alguna por quien no haya padecido Cristo” [605]. La misericordia de Dios es una pandemia.
En el evangelio, Jesús pone en práctica esta pandemia. Estando fuera del territorio fuera del territorio de los judíos hablando con una mujer que no era judía, parecía que Jesús iba a negar su petición. Pero ella insistió que aun los perritos comen de las migajas que caen de la mesa, es decir, que hay una suficiencia de la misericordia de Dios. No es para algunos, sino para todos. La misericordia de Dios es una pandemia.
Vivimos en tiempo de la pandemia del coronavirus, y debemos por eso tomar todas las precauciones necesarias para evitar contagiarnos. Al mismo tiempo, no olvidemos que el pecado es una pandemia, y la misericordia de Dios también es una pandemia—¡para la cual no hay cura!
English
20th SUNDAY IN ORDINARY TIME (A)
We live in a time of pandemic. Tell me something I don’t know! Well, what we may not know is that we have always lived in such a time.
“Pandemic” as we use the word refers to an illness that affects (nearly) all the people. It is a combination of two Greek words: pan, meaning “all”; and demos, meaning “the people.” A pandemic affects all the people.
When I say that we have always lived in a time of pandemic, I don’t mean the coronavirus, but two other pandemics, two other conditions that affect “all of the people,” of which today’s scriptures speak.
One of those pandemics is sin. Saint Paul, comparing and contrasting people of Jewish faith and those of Christian faith, says that Christians in no way should think of ourselves as superior, since sin is a pandemic that has infected all of us alike.
There is, however, another pandemic, another condition affecting us all, and though each reading describes it differently, they are all referring to the same pandemic, the same reality.
For Isaiah, that pandemic is the invitation to God’s temple, which is to say, an invitation to the life and grace of God. Isaiah says that those who are not of the Jewish chosen people have the same invitation as those who are to participate in the life of God. The Catholic Church calls this the “universal call to holiness” [Lumen Gentium, 41]. All are called, without exception. The invitation to holiness is a pandemic.
For Paul, if sin is a pandemic—a condition that affects all—there is yet another: the mercy of God. The Catechism of the Catholic Church says it this way: “There is not, never has been, and never will be a single human being for whom Christ did not suffer” [605]. The mercy of God is a pandemic.
In the gospel, Jesus puts this into practice. At first, because he was outside of Jewish territory and the woman herself was not Jewish, it seems as though Jesus were going to deny the woman’s request, but she insisted that even the dogs eat the scraps of food that fall from the table, which is to say, there is always enough of God’s mercy to go around for all. God’s mercy is a pandemic.
We live in a time of the coronavirus pandemic, and for that reason we should take all the necessary precautions to protect our health and that of others. At the same time, let us not forget that we have always lived in a time of pandemic. Sin is an illness that affects us all, but the mercy of God is also a pandemic—for which is there no cure!