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XVII DOMINGO ORDINARIO (A)

Hay programa en la televisión que me gusta ver de vez en cuando que se llama “Hoarders.”  Se trata de los que, por acumular, amontonar, y acaparar al extremo, se meten en problemas.  Sus casas están tan llenas hasta la altura de seis pies con ropa, libros, juguetes, decoraciones, trastes—y basura—que el departamento de salud le dice a uno que tiene limpiar la casa o la casa será condenada.  A otro, esta situación es tan antihigiénica que tienen que limpiar la casa o quitamos sus hijos.  Algunos ya han perdido sus familias, puesto que no hay espacio para reunirse, y por el olor y las condiciones, no visitan.  

Pero limpiar no es cosa fácil.  Estos acumuladores dicen que cada cosa tiene valor, no valor económico, pero valor emocional, y no pueden dejarlas.  En cada programa hay un psicólogo o consejero para ayudar y facilitar el proceso.  

Los acumuladores tienen que escoger: o todas estas cosas o la misma casa, pero no pueden tener las dos; o estas cosas o sus hijos, porque no pueden tener los dos; o estas cosas o su familia, porque no pueden tener las dos.  Con mucha dificultad, últimamente escogen un nuevo futuro.

Pienso en estos acumuladores porque Jesús habla de la misma dinámica en el evangelio.  El que encontró el tesoro y el que buscaba una perla tenían que hacer la misma decisión.  Ninguno tenía suficiente para poder guardarlo y comprar el campo o la perla, además.  Los dos tenían que hacerse la pregunta: ¿Qué voy a vender para comprar lo que en verdad vale más?  

Como los hombres de las parábolas, no podemos comprar el reino—la vida que Dios quiere para nosotros—sin vender algo.  Vender quiere decir sacrificar, soltar, dejar…  Comprar quiere decir recibir, aceptar, poner en práctica…  

Algunos guardan rencor y dicen que quieren perdonar, pero no hay espacio en el corazón humano para que quepan el rencor y el perdón a la vez.  Si uno quiere guardar el rencor, nunca podrá perdonar.  Hay que vender el rencor para comprar el perdón.  

Hay que vender mi orgullo para comprar ser perdonado;

vender—sacrificar—mis mentiras y trampas para comprar mi integridad;

vender la violencia para comprar la paz;

vender mis hábitos insalubres para comprar mi salud;

vender el maltratamiento de otros para comprar el respeto de otros;

vender mis pecados para comprar la santidad;

vender mi libertad para comprar el compromiso y la estabilidad de mi

matrimonio y familia;

vender la injusticia para comprar la justicia;

vender el pecado para comprar la santidad.

Primero tenemos que preguntarnos: ¿Qué es el tesoro que deseo?  ¿Qué es la perla fina que quiero comprar?  Y después: ¿Qué tengo que vender para comprar mi tesoro?  

English

18th SUNDAY IN ORDINARY TIME (A)

Have you ever watched the television show called “Hoarders”?  The show features people who accumulate—hoard—so much stuff in their homes that they are filled sometimes six feet high all around with clothing, books, toys, knick-knacks, decorations, dishes…and trash.

The premise of the show is that these people’s hoarding has caused them some serious problem: for some, their house is now in such bad condition that if they don’t clean it out, they’ll be evicted or the house will be condemned; for others, they will lose custody of their children because this is an unfit living situation; for others, they’ve already lost family relationships because there’s no room for people to visit or simply because the house smells and it is intolerable to visit.

But cleaning up isn’t easy.  These hoarders say that everything has value.  Not necessarily monetary value, but emotional value.  These accumulated things have become their security, so giving them up is sacrificing their security.  Each show has a psychologist or counselor present to help with this process. 

The hoarders are faced with a decision: you can keep all this stuff but you’ll lose your home; you can keep all this stuff but you’ll lose your children; you can keep all this stuff but you’ll lose your family.  With much difficulty, they do, ultimately, choose a better future for themselves.

These hoarders come to mind because they are examples of the dynamic that is going on in the parables in today’s gospel.  The man who found a treasure in the field and the man who searched for a fine pearl each recognized that they couldn’t keep everything he currently had and still buy the field, still buy the pearl.  Each had to ask: What am I going to sell in order to purchase what I value more?

The treasure and the pearl symbolize the reign of God—how God would have us life in this world—and like the men of the gospel, we must sell something in order to buy something else.  What are we buying and what are we selling in order to buy it?

Selling mean sacrificing, letting go, giving up…  Buying means receiving, accepting, and putting into practice…  We might, for example, hold a grudge yet acknowledge that we should forgive, and we discover that there isn’t enough room in the human heart for both a grudge and forgiveness.  We must sell—let go of—the grudge in order to buy forgiveness.   

I have to sell—sacrifice—my lies and cheating in order to purchase my integrity;

sell violence in order to buy peace;

sell injustice so as to buy justice;

sell my unhealthy bad habits in order to buy my health;

sell my mistreatment of others in order to buy the respect of others;

sell my freedom to buy the commitment and stability of marriage and family;

sell my sinfulness in order to buy holiness.

First we must ask ourselves: What is the treasure, the pearl, I desire?  And then, What am I willing to sell in order to buy it?